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¿Podemos amar a quien nos desprecia?

Actualizado: 28 ago 2022

Me preguntaba una lectora, justo después de leer Elsa, mi querido amor tóxico que le resultaba algo inverosímil que Guillermo se empeñara en amar a Elsa pese a ser despreciado por ella una y otra vez. Que tras cada nuevo desplante sufrido, decidiera arremeter con más dedicación y paciencia, esperando que sus ofensivas por conseguir su aprobación terminasen dando frutos.

Me cuestioné por un momento, gracias a su reseña, si se me habría olvidado mencionar algo en la novela que justificara el comportameniento del personaje y narrador principal. Pero llegué a la conclusión —como creador de ella—, que por supuesto le faltan cosas (además de que todo lo escrito por mí es horrible a mis ojos, una vez publicado). Pero dejando eso al margen, es cierto que mucha gente no concibe cómo hay personas capaces de amar a quienes las maltratan física o psicológicamente. ¿Cómo pueden suplicar amor a quien de sobra saben el suyo les importa un bledo? ¿Por qué buscar la validación de quienes no les merecen?


Creo que el amor (o más bien el enamoramiento como estado narcotizador) suele ser irracional. Basado casi siempre en esa idea de romance no-práctico, etéreo, novelesco que no persigue —al menos al principio—, la vida en pareja, el matrimonio, la familia, o la jubilación conjunta. Si podemos explicar mediante razonamientos objetivos nuestro flechazo, es posible que se trate «simplemente» de un cariño dilatado desarrollado como respuesta a las virtudes que valoramos de nuestro amante o pretendiente.

Intento describir a Elsa a través de sus ojos, hacer que el/la lector/lectora sienta (aunque el reto es mayor si lo lee una mujer) cómo embriaga a Guillermo la juventud de Elsa, la diferencia de edad entre ambos, su espontaneidad, su inteligencia, su erotismo y otras muchas características de su personalidad. Guillemo es víctima de todo ello y se entrega al deleite de revivir una etapa ya consumida de su vida (los veinte años, la post adolescencia) y que, como todos los que ya la pasamos, bien sabemos jamás volverá.

¿Has sido víctima de un amor no correspondido durante un largo tiempo?

  • NO


Guillemo explica en la novela:

Por más que lo pienso, nada que yo hubiera hecho habría servido de nada. Lo único que me consuela, por horrible y egoísta que suene, es que siendo como es no será capaz de amar a nadie más. Es triste. Hasta cruel, decirlo, pero cierto a la vez. Da igual cuántos hombres conozca y cuántos de ellos la amen como hice yo. Porque primero que no lo entenderá; no empatizará con un sentimiento tan ajeno a ella. Y segundo porque el amor no es suficiente. El amor no basta. Creemos que el amor es valorado por el amante y que este, por efecto o defecto de su propia grandeza, nos pondrá en superioridad de condiciones. El amor es un sentimiento generoso e incondicional que el egoísta desdeña, porque el amor por sí mismo no es seductor por naturaleza. No siempre nos sentimos tan atraídos o enamorados por quien nos ama, como por quien nos rechaza. Esto ha sido así de toda la vida, es pura ciencia. El cerebro desea lo que no puede tener o lo que se le niega. Es un instinto primario. Es posible que tengamos toda la comida del mundo a nuestro alcance, pero si hay un pastel en la nevera que se nos ha prohibido comer, seremos capaces de lo imposible por conseguirlo y rechazaremos sin remordimientos el resto de los alimentos disponibles.

Quiero dejar claro que, por supuesto, el hecho de querer a alguien no es ni debería ser garantía de nada. No es reprochable ni condenable que la persona por la que suspiramos no sienta lo mismo. Nuestro amor unilateral no debería ser exigido de vuelta a nadie. Cada cual está en su derecho tanto de amar al que ama como de no corresponderle. A lo contrario se le llama acoso y/o abuso. El contexto en que esto se analiza es en el marco de las relaciones con personas con las que iniciamos una relación amorosa y que, de pronto, nos corta el suministro sin entender por qué.

En el caso de Guillermo, su amor es vertido irresponsablemente en un recipiente tóxico. La receptora es una psicópata, una sociópata, una narcisista que nada sabe de amor. Una depredadora que detecta a la perfección las carencias de sus víctimas, ya sean estas afectivas, de autoestima, sexuales o de cualquier otra índole y que es capaz de convertirse en un perfecto especímen de aquello que estas anhelan. Y en cierto modo, no debería reprochárseles esto tampoco, partiendo de la base de que nada es eterno. Ni siquiera el amor sano lo es, pues también falla a veces. Es absurdo patalear cuando el psicópata termina el contrato sin previo aviso, desinflando la sublevación del ánimo del abandonado, dando por concluída una transacción de la que ellos también sacaron algo a cambio: ego, sexo, aventura, poder, etc. Pues aunque duela reconocerlo, el hecho de que muchos acepten este tipo de relaciones se debe a que, para bien o para mal, hasta el momento en que aceptaron temerariamente los términos de la relación, no cuestionando objetivamente las «ventajas» que ofrecía el o la sociópata de turno, nadie les había ofrecido nada de igual intensidad ni dimensión.


La respuesta a la pregunta del título del post es «sí». Algunas personas son capaces de amar a quien sistemáticamente les desprecia. La diferencia entre la forma de tomarse la caducidad de esos «contratos no firmados» entre una persona empática y un psicópata, es que este último sabe de limitaciones y es más consciente —aunque no entienda de amor como lo hacemos nosotros (o eso creamos)—, de que incluso los efectos de ese enamoramiento como narcótico de origen opiáceo cuya dosis recomendada estamos TODOS dispuestos a exceder cuando se nos presenta, es tan perecedero como la vida misma. Saben que nada de reprobable hay en consumirlo hasta alcanzar el clímax y son capaces de abandonarlo después sin dar explicaciones, pues la moralidad es un obstáculo con el que solo los empáticos disfrutan con tropezar una y otra y otra vez...




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